12.09.2010

Se escucha el sonido de una paloma, la joven abre los ojos. Ha estado sumida en un sueño profundo, pero ahora no le queda más que afrontar la realidad, y encontrar un motivo para salir de la cama, y hacerlo. Así que, con los ojos aún cerrados, apoya los pies sobre el suelo, y hace su camino hacia la ventana tanteando todo para no golpearse con nada. Cuando abre las cortinas, la luz la enceguece. Pero bien le gustaría haber visto el sol brillar, el pasto verde, los niños corriendo. Pero, desde los amplios ventanales de su departamento, solo ve cemento, el vestigio del sol detrás del colchón de nubes cargadas de lágrimas, y niños y niñas uniformados, caminando al compás de las bocinas, de la mano de su niñera, porque sus madres y padres no pueden  hacerse cargo de que, aunque la pasión se acabe, hayan traído más gente al mundo. La chica retira la mirada de esa triste perspectiva. Da media vuelta, se dirige a su armario, saca un blazer gris, unos pantalones negros, luego de vestirse, va a su escritorio, y llena su mochila con libros y cuadernos. En la cocina, tomo unos sorbos de café que ya había en la cafetera, agarró sus llaves, y abrió la puerta, para introducirse, inevitablemente, en esa panorámica que había contemplado unos momentos antes, y que de verdad era lo último que hubiera querido hacer.

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